domingo, 10 de noviembre de 2013

Amistad Verdadera

 La  Silla
( por Pedro Pablo Sacristán )


VALOR EDUCATIVO: AMISTAD VERDADERA

Había una vez un chico llamado Mario a quien le encantaba tener miles de
amigos. Presumía muchísimo de todos los amigos que tenía en el colegio, y
de que era muy amigo de todos. Su abuelo se le acercó un día y le dijo:
- Te apuesto un bolsón de palomitas a que no tienes tantos amigos como
crees, Mario. Seguro que muchos no son más que compañeros o cómplices
de vuestras fechorías.
Mario aceptó la apuesta sin dudarlo, pero como no sabía muy bien cómo
probar que todos eran sus amigos, le preguntó a su abuela. Ésta respondió:
- Tengo justo lo que necesitas en el desván. Espera un momento.
La abuela salió y al poco volvió como si llevara algo en la mano, pero Mario
no vio nada.
- Cógela. Es una silla muy especial. Como es invisible, es difícil sentarse, pero
si la llevas al cole y consigues sentarte en ella, activarás su magia y podrás
distingir a tus amigos del resto de compañeros.
Mario, valiente y decidido, tomó aquella extraña silla invisible y se fue con
ella al colegio. Al llegar la hora del recreo, pidió a todos que hicieran un
círculo y se puso en medio, con su silla.
- No os mováis, vais a ver algo alucinante.
Entonces se fue a sentar en la silla, pero como no la veía, falló y se calló de
culo. Todos se echaron unas buenas risas.
- Esperad, esperad, que no me ha salido bien - dijo mientras volvía a
intentarlo.
Pero volvió a fallar, provocando algunas caras de extrañeza, y las primeras
burlas. Marió no se rindió, y siguió tratando de sentarse en la mágica silla de
su abuela, pero no dejaba de caer al suelo... hasta que de pronto, una de las
veces que fue a sentarse, no calló y se quedó en el aire...
Y entonces, comprobó la magia de la que habló su abuela. Al mirar alrededor
pudo ver a Jorge, Lucas y Diana, tres de sus mejores amigos, sujetándole
para que no cayera, mientras muchos otros de quienes había pensado que
eran sus amigos no hacían sino burlarse de él y disfrutar con cada una de sus
caídas. Y ahí paró el numerito, y retirándose con sus tres verdaderos amigos,
les explicó cómo sus ingeniosos abuelos se las habían apañado para
enseñarle que los buenos amigos son aquellos que nos quieren y se
preocupan por nosotros, y no cualquiera que pasa a nuestro lado, y menos
aún quienes disfrutan con las cosas malas que nos pasan.
Aquella tarde, los cuatro fueron a ver al abuelo para pagar la apuesta, y lo
pasaron genial escuchando sus historias y tomando palomitas hasta
reventar. Y desde entonces, muchas veces usaron la prueba de la silla, y
cuantos la superaban resultaron ser amigos para toda la vida