domingo, 10 de noviembre de 2013

Esperanza y superación

LA LLEGADA INESPERADA
 ( por Pedro Pablo Sacristán )

Valor Educativo: Esperanza, superación

Menudo revuelo se armó en el Cielo cuando apareció Tatiana. Nadie
se lo esperaba, porque aún era muy joven y además era la mamá de
dos niños pequeños, así que San Pedro la miró muy severamente,
diciendo:
- ¿Pero qué haces aquí? Seguro que todavía no te toca...
Sin embargo, al comprobar su libro, San Pedro no se lo podía creer.
Era verdad, había hecho todas aquellas cosas que permitían la
entrada al Cielo, incluyendo dar todo lo que necesitaban sus hijos, ¡y
en tan poco tiempo!. Al ver su extrañeza, Tatiana dijo sonriente.
- Siempre fui muy rápida en todo. Desde que Renato y Andrea eran
bebés les di cuanto tenía, y lo guardé en un tesoro al que sólo pudiera
acceder ellos.
Todos sabían a qué se refería Tatiana. Las mamás van llenando de
amor y virtudes el corazón de sus hijos, y sólo pueden ir al Cielo
cuando está completamente lleno. Aquello era un notición, porque no
era nada normal conocer niños que tuvieran el corazón lleno tan
pronto, y todos quisieron verlo.
Ver los corazones de los niños es el espectáculo favorito de los
ángeles. Por la noche, cuando los niños duermen, sus corazones
brillan intensamente con un brillo de color púrpura que sólo los
ángeles pueden ver, y se sientan alrededor susurrando bellas
canciones. Esa noche esperaron en la habitación de Adrián y Andrea
miles de ángeles. Ninguno de ellos había dejado de estar triste por la
marcha de su madre, pero no tardaron en dormirse. Cuando lo
hicieron, su corazón comenzó a iluminarse como siempre lo hacen,
poco a poco, brillando cada vez más, hasta alcanzar unos brillos y
juegos de luces de belleza insuperable. Sin duda Tatiana había
dejado su corazón tan rebosante de amor y virtudes, que podrían
compartirlo con otros mil niños, y los ángeles agradecieron el
espectáculo con sus mejores cánticos, y la promesa de volver cada
noche. Al despertar, ni Adrián ni Andrea vieron nada extraño, pero se
sintieron con fuerzas para comenzar el día animados, dispuestos a
llegar a ser los niños que su madre habría querido.
Así, sin dejar de echar de menos a su mamá, Adrián y Andrea
crecieron como unos niños magníficos y singulares, excelentemente
bondadosos, que tomaban ánimos cada día del corazón tan rebosante
de amor y virtudes que les había dejado su madre, y de la compañía
de los miles de ángeles que cada noche acudían a verlo brillar.